La Unión Europea será un espacio libre de aceite de palma para 2030 y su consumo se irá reduciendo progresivamente en los próximos años a partir de 2023. El sector más afectado por esta medida es el de los biocombustibles. Porque aunque se lleve haciendo campaña durante años para eliminar el aceite de palma de nuestros alimentos, la realidad es que el 92% del aceite de palma que importamos se utiliza para generar biocombustible, y que España es el cuarto productor europeo y el séptimo en términos globales.
El 7% del diésel con el que funcionan los motores de nuestros coches es biodiésel, en su mayoría de primera generación (procedente de palma, soja o colza) y en menor proporción de segunda generación (del reciclado de aceite de cocina usado). Ecologistas en Acción asegura que un informe de la Unión Europea demostró en 2016 que el biodiésel de palma «no solo no reduce emisiones de gases de efecto invernadero, sino que supone tres veces más emisiones que el diésel fósil y, en el caso del biodiésel de soja, dos veces más».
Entonces, ¿es la soja la alternativa al aceite de palma para producir biocombustibles? ¿Debemos seguir dependiendo de los combustibles fósiles?
La realidad es que existen alternativas mucho más sostenibles, como los mencionados biocombustibles de segunda generación, procedentes de las algas o el aceite de cocina usado. Sin embargo, los productores de palma aceitera de países exportadores de este producto consideran que estas restricciones de la UE no se deben a razones medioambientales sino económicas: Europa tiene cultivos de soja y colza.
El biodiésel de soja supone dos veces más emisiones que el diésel fósil, pero además, tanto el monocultivo de palma como el de soja provoca deforestación, pérdida de biodiversidad y alteración de los ecosistemas, «lo que está relacionado con la aparición y rápida expansión de enfermedades zoonóticas como la COVID–19», según los ecologistas.
¿Significa esto que debemos volver a la dependencia de los combustibles fósiles? En absoluto. Se debe perseguir la meta de utilizar energías renovables en el transporte pero a través del uso de biocombustibles de segunda generación, electricidad renovable o carburantes sintéticos.