Cómo se crea el biodiésel a partir de aceites de cocina usados

Aceite y agua. Fuente: Pixabay

El biodiésel es una alternativa al diésel convencional más ecológica, pues deriva de aceites y grasas vegetales recicladas procedentes de residuos en lugar de ser un derivado directo del petróleo. Los motores diésel pueden funcionar con combustible biodiésel sin la necesidad de modificaciones y ambos son equivalentes en eficiencia energética y ahorro de combustible.

Los establecimientos comerciales con cocina como los hoteles, restaurantes y cafeterías (sector horeca) están obligados por ley a reciclar sus desechos de aceite usado. Aunque los particulares también pueden hacerlo acudiendo a puntos móviles o fijos en sus localidades, la industria del biocombustible en nuestro país se abastece fundamentalmente del sector horeca. Para deshacerse de este residuo, el sector debe recurrir a gestores de residuos autorizados como Resigras, que se encargan de la recogida, transporte y envío a plantas de producción de biocombustible.

Los aceites usados, una vez en planta, se calientan para eliminar el agua que puedan contener. Después deben filtrarse para eliminar el máximo posible de restos sólidos de comida. El filtrado se realiza en varias etapas. La primera consta de un tamiz vibratorio que impide el paso de los pedazos de mayor tamaño. Un segundo tamiz recoge las partículas más pequeñas. Aunque a simple vista el aceite pueda parecer limpio tras dos etapas de filtrado, puede seguir conteniendo restos microscópicos que deben eliminarse en una tercera etapa. En ella, el aceite pasa por varios filtros capaces de retener restos de tamaños inferiores a una micra.

El resultado es lo que se denomina «carga de alimentación», que puede mezclarse a su vez con grasas animales o grasas vegetales procedentes de agricultura. Este aceite resultante se combina con metanol, conocido como alcohol de madera o alcohol metílico (CH3-OH), junto con un catalizador para que se desencadene la reacción química. La reacción se produce a una presión y temperatura controlada, y se produce como resultado glicerina y biocombustible. La glicerina, entre otros usos, puede acabar en nuestras pastillas de jabón. Por otro lado, el biocombustible debe pasar por un control de calidad.

Para comprobar si el resultado es óptimo se realiza un test de inflamabilidad. Para ello, se calienta el combustible a 135ºC y se le aplica una llama para ver si arde. En caso afirmativo, el biodiésel debe seguir reaccionando para eliminar más metanol. En caso contrario, el biocombustible está listo para alimentar nuestros motores.