
El aceite de palma es uno de los productos más consumidos del mundo, presente en alimentos procesados, cosméticos y biocombustibles. Sin embargo, su producción masiva ha generado un grave problema medioambiental, debido a la deforestación de selvas tropicales, la pérdida de biodiversidad y el aumento de las emisiones de CO₂.
Indonesia y Malasia, principales productores mundiales, han visto cómo millones de hectáreas de bosque han sido arrasadas para dar paso a plantaciones de palma aceitera. Esto no solo pone en riesgo a especies como el orangután, sino que contribuye directamente al cambio climático: se estima que cada hectárea de selva talada para plantar palma genera hasta 174 toneladas de CO₂.
En este contexto, el reciclaje de aceite vegetal usado se convierte en una parte clave de la solución. Al reutilizar aceites de cocina para la fabricación de biodiésel, se reduce la presión sobre los cultivos de palma, ya que disminuye la necesidad de utilizar aceites vegetales vírgenes para producir combustibles.
Además, el aceite usado es un residuo que ya ha cumplido su función en la cocina, por lo que su conversión en energía tiene un impacto ambiental mucho menor. Esto permite avanzar hacia un modelo energético más responsable, donde el residuo se convierte en recurso sin necesidad de ampliar la superficie cultivada.
En sectores como la hostelería, donde se generan grandes cantidades de aceite de fritura, gestionar correctamente este residuo tiene un doble valor: evita la contaminación de aguas y suelos, y además contribuye a frenar indirectamente la deforestación provocada por cultivos como la palma.
Empresas como Resigras facilitan a bares, restaurantes y comedores colectivos el cumplimiento de esta buena práctica, asegurando una recogida eficiente y respetuosa con la normativa vigente. A través de su red de gestión autorizada, el aceite usado se recoge, se filtra y se entrega a plantas donde se convertirá en biocombustible, evitando que acabe en el desagüe o en vertederos.
Reciclar aceite no solo es obligatorio, es también una decisión ética y ambientalmente responsable. Y en un mundo donde cada elección cuenta, este pequeño gesto puede tener un gran impacto.